Un cuento a conveniencia

Corrían los días de invierno cuando un joven de 17 años escribía en su computador, era media noche y no tenía nada qué hacer, así que probó hablar con una amiga, era de su escuela, no muy alta, ni muy baja, de pelo negro y quebrado, con ojos café oscuro y muy bella, demasiado para cualquiera que osara hablarle, el chico intentó, no le importó que fuera la mujer más bella de la escuela, ni del planeta, al fin y al cabo, no tenía nada más qué hacer. Hola- él dijo-, pasó media hora y nada, dijo nuevamente hola y después de eso ella se desconectó, él se quedó estupefacto, aunque no del todo, ¿cómo le iba a hablar alguien como ella a alguien como él?,  mejor se fue a dormir, pensando que aquella chica lo había borrado de su lista de contactos.

 

Al día siguiente, se levantó temprano y siguió su fin de semana normal, como siempre. Llegó el lunes y la chica no fue a la escuela, a él no le importó ¿Qué más?

 

Llegó el viernes y aún no aparecía.

 

Pasó el otro fin semana y no sabía nada de ella, él chico sentía que tenía que ver con él, que tal vez la había molestado, algo había pasado, pero no, esa noche, cuando el chico le hablo a la chica, ella hablaba por teléfono, acerca del chico, él no tenía idea de que a ella le gustaba su mente, el cómo pensaba, su seriedad y bastantes cosas que tenía el chico. El día que le habló, ella hubiera muerto por hablarle, era lo que esperaba, y en realidad, eso hizo, murió. Un leve ruido pasó por su cabeza mientras todo se nublaba y hacia oscuro, pronto todo se hizo negro.

 

El último ruido que escuchó fue el zumbido que hace el MSN cuando alguien te llama, aunque lejano y sombrío, ese fue el último sonido, fue su última prueba de vida.

 

El chico era escritor, aunque estudiante, lo era, escribía por los noches, pensando en ella, aunque no necesariamente de ella, sólo era su musa, su ninfa, algo hermoso qué seguir, para así poder dormir tranquilo cada noche.

 

Él no sabía qué le había pasado a ella, incluso, justo el día que pasó, él escribía, escribía un cuento, algo a conveniencia, un cuento que era de él, de nadie más, claro, ¿de quién más iba a ser?, la primera ventaja de este cuento era que justo al final de la historia, él podía regresar al principio de la historia y volver a comenzar la narración, fácil y sencillo. Así fue, es lo que hizo, terminó su historia y así comenzó de nuevo, porque esto, no fue la realidad para ella, ni para él, ella en realidad no murió, fue sólo eso, un cuento.

 

Castellanos Aguilar Kevin Rogelio