Nuevo pero difuso

Corría el 2 de Viascrumo del año 304, una fecha importante por supuesto, todos saben que fue el año en el que cambiamos a un régimen parlamentario. En definitiva algo duro para quien lo vivió. Es también la fecha en la que cambiaron nuestro sistema de calendarización y atrasaron la velocidad de los relojes algunos segundos cada día para que embonaran en la rotación y traslación de nuestro planeta de una forma más precisa, de cualquier forma no estoy muy seguro de si hicieron bien los cálculos, cada día tiene distinta pinta, todo va muy raro sin duda.

 

Como de costumbre he de hacerlo, y lo haré, me presentaré, ¿por qué no presentarme? Mi nombre es Lastre Salvado, creo que mi apellido viene de las primeras personas que después de la tragedia, se levantaron en contra de las fuerzas invasoras, si es así pues que orgullo, pero de aquello nadie sabe con certeza, sólo sabemos que hoy en día vivimos.

Pareciera que todo aquello fue inventado, ¿un dios apocalíptico?, interesante historia, muy poco creíble.

 

Semejantes que hoy llegan a nuestros confines, damos bienvenida a su grata visita, sin duda una fecha memorable para nuestra relación de paz y convivencia...

 

Don Lastre escribía para sí mismo, como un niño con curiosidad, aunque ya entrado en años, duda tenía y por eso escribía después de la llegada de ciertos personajes a las tierras humanas. Seres sin duda extraños, con apariencia animal, aunque no eran feos, simplemente extraños, cabe señalar que caminaban en cuatro patas y eran muy velludos. Su apariencia no denotaba vestigios de inteligencia superior, pero sin duda lo eran. Algunos decían que venían del fondo del planeta, que habían habitado ahí por más de 3000 años, pero ninguno sabía con certeza, y preguntar no era posible, ellos no hablaban el mismo dialecto que los humanos, para ser más precisos, no hablaban, se comunicaban a través de ciertos aparatos pequeños con apariencia tecnológica, algo nunca antes visto por los humanos, o al menos no por lo humanos de estas fechas y en estas condiciones.

 

-Don lastre seguía escribiendo-. Escritor, sí, yo soy escritor, no sé si bueno o malo, pero al menos he desarrollado algo que...

 

Se escucha un portazo y entra una mujer en la habitación.

 

-¡Lastre!

 

-¿Qué pasa mujer, por qué entras así?

 

-Algo pasó, vamos que no tenemos mucho tiempo.

 

Don Lastre dejó la pluma en la mesita, tomó un poco de vino que tenía en una taza sobre la mesa y sigilosamente se levantó confundido.

 

-¿Me dirás lo que pasó?

 

-Ya lo verás.

 

Los dos salieron de la habitación. Algo extraño pasaba en el cielo, no era exactamente color rubí como siempre. A medida que pasaba el tiempo se volvía aturquesado, en definitiva algo insólito. Todos miraban el cielo con ojos de estupefacción, no era sólo el cielo lo que ponía a temblar a los espectadores, sino aquella luz brillante que cegaba a todo aquel que se atreviera a mirarla directamente. La luz no se desplegaba por todo el cielo, era simplemente un punto muy pequeño.

 

-Esto está terriblemente mal -Decía Don Lastre-, debemos de...

 

Un terrible y aturdidor sonido se escucha a lo lejos, cada vez se escucha más y más fuerte; Jorge despierta.

 

-¡Vaya!, qué sueño.

 

Jorge se encontraba solo en aquel cuarto, un cuarto pequeño sin lujos ni nada, un simple cuarto. Aquello parecía un simple juego cada vez que se paraba a pensar, pero no, estaba secuestrado, sí, estaba secuestrado. Eran ni más ni menos que los pelones los ejecutores de esta hazaña maléfica. Juan Ayala y José Gutiérrez, dos amigos con fama en el barrio, temidos por algunos, aunque queridos por otros.

 

Juan era alto, siempre llevaba grandes cadenas que parecían de oro, lo que algunos no sabían era que en verdad lo eran, el único problema era que no las había ganado por sus buenas formas de trabajo, eran de algunas personas que lograba atracar cuando pasaban por su calle, o simplemente cuando iba al centro de la ciudad, allí sí que conseguía lo que quisiera. Siempre acompañado de José, eran simplemente inseparables. Todos en el barrio decían que su amistad no era tan normal, que entre ellos parecía haber otras cosas, de eso nadie supo, nadie se atrevía a preguntarles, nadie se metía con ellos. Aquellos que llegaban a meterse con ellos terminaban muertos o simplemente irreconocibles de tremenda golpiza que estos dos propinaban a sus adversarios.

 

José no tenía apariencia de un gran peleador, pero lo era. Con bigote, barba y cabello renegrido era un simple vago, un simple vago que se drogaba, uno de esos que se ven en un callejón esperando dinero fácil, o al menos eso parecía, pues antes de todo eso él había logrado mucho, había llegado a la cima, un hombre que a pesar de las penas que de pequeño había tenido, él había sabido ganarse la vida trabajando por acá y por allá hasta llegar a la torre de una vida musical. Lamentablemente su mente se vio perturbada por la desgraciada muerte de su hermana menor, el único ser querido que le quedaba en la vida. Todo esto poco a poco lo fue nublando en su cabeza, todo lo veía mal, muy oscuro y difícil. Fue bajando su calidad como cantante y comenzó a hacer tonterías. Para el fin del año en que había muerto su hermana, él parecía otro, había pasado de la fama y el dinero a ser visto como un vago y un pobre diablo. Al año siguiente de la tragedia que había sufrido su hermana, cae en la cárcel, allá es donde conoce a Juan, un hombre tenebroso por tremendo aspecto de asesino y sobre todo por su gran altura, sus tatuajes en los brazos eran diversos y en todos había figuras religiosas.

 

Juan de pequeño había llevado una vida dura como muchos en el mundo. Su padre, Ramón Ayala Mendoza, aunque taciturno, era un bebedor compulsivo y muy agresivo cuando alguna idea extraña se le metía en la cabeza. Más de 50 veces dejó a Juan dormir en la calle, con rastros de algunos golpes que le propinaba por distintas razones. Su madre, doña Elvira, lavaba ropa ajena por algunas monedas. Mal o bien pagado era lo único que podía hacer, pues los estudios no los había terminado por violencia, falta de dinero y muchas cosas que ella vivió de pequeña.

 

Juan siguió los pasos de sus padre y amigos, un camino que lo alejaba cada vez más de una sociedad con oportunidades y lo acercaba cada vez más a un mundo ruidoso y con loops más lentos, algo encaminado a lo que en verdad veía a su alrededor y no uno que le prometían por televisión, eso era un simple sueño para él.

 

Los dos amigos pasaron cerca de 10 años juntos en la misma celda, hasta el momento en que Juan fue liberado y tan solo unos meses después se volvieron a reunir, pero ahora en la calle, libres como palomas.

 

-¿Qué hago? -Se decía a sus adentros Jorge-, si estos regresan, en cualquier momento me podrían matar, ¿Qué hago? ¡Carajo!.

 

Pasaron dos días sin que esos dos volvieran. Jorge estaba alegre de que no volvieran, pero por otro lado, no le habían dado nada de comer desde el día en que lo dejaron ahí, claro, quién le iba a dar de comer, estaba solo.

 

Un par de pazos se escuchan afuera de la habitación y entonces Juan entra.

 

-¡Mierda! -Pensó Jorge-, ¿Qué irá a hacerme?

 

Juan tenía una mirada muy extraña, lo único que hizo fue entrar e irse lentamente a un pequeño baño que había en la habitación. Sus ojos estaban perdidos, no parpadeaban, únicamente veían el baño, sólo eso. El piso de madera de la habitación rechinaba a cada paso que Juan daba. Sus brazos denotaban cansancio como todo su cuerpo. Incluso su boca iba un poco abierta, parecía que algo susurraba. Jorge ni se movió, no quería hacer ningún ruido para que no se fuera a molestar. No hizo falta que no hiciera ruido, Juan había sólo entrado al baño. Pasaron horas y no se escuchaba ningún ruido, más que el perro de una casa de al lado, era algo sumamente extraño, y así, por el paso del tiempo, Jorge se quedó dormido

 

Había un gran camión de reclusos en dirección a algún lugar sobre la carretera. Frederick era taciturno. Sólo en algunas ocasiones excepcionales llegaba a pronunciar alguna palabra a alguien, casi siempre era para provocarlo y así desencadenar una pelea. Muy buen peleador. Nunca había perdido alguna pelea, jamás. Fue así como mató a Alejandro Mendoza, su última pelea.

 

Frederick veía por la ventana el cielo, era de noche y las estrellas se mostraban en su mayor esplendor, eran miles. Mientras él observaba las estrellas también pensaba en qué sería de su vida en la cárcel. Así pasó el tiempo y pronto se quedó dormido.

 

Todo era espacio vacío, no era negro ni blanco, sólo era un vacío escalofriante. Él volaba en ese espacio vacío. Podía ir hacia atrás, hacia adelante, hacia abajo o hacia arriba. Las dimensiones parecían no existir ahí pues no sabía si en realidad iba hacia adelante o si iba hacia atrás. La cuarta dimensión, el tiempo, parecía tampoco correr. No había muestra alguna de dimensiones hasta que un leve zumbido se escuchó a lo lejos. Trató de volar hasta el zumbido que escuchaba pero mientras avanzaba más hacia donde lo escuchaba, el sonido era más y más bajo hasta el punto que ya no escucho nada.

 

Buscó el zumbido de nuevo hasta que lo encontró, se escuchaba muy cerca pero muy bajito. Si se acercaba un poco más desaparecía, entonces intento ir en la dirección que creía él era contraria a la que escuchaba el zumbido. Mientras más se alejaba más fuerte se escuchaba el zumbido, hasta el punto que era molesto. Vio una puerta cuando el zumbido empezó a ser molesto, entonces se acercó hasta ella. Cuando llegó a la puerta ya no escuchaba nada. La abrió y tampoco escuchó ningún ruido que hiciera la puerta, se había quedado sordo. Al abrir la puerta lo que vio fue un niño a lo lejos. Ahora el espacio que contenía la puerta era negro, lo único diferente entre la oscuridad era la luz que rodeaba al niño. El niño estaba desnudo y parecía un niño normal como cualquier otro. Intentó acercarse por un camino que a cada paso que daba iba alargándose. Cada paso que daba, el niño parecía ir adquiriendo color sobre el cuerpo, pero sobre su cara, parecía desvanecerse algo. Cada vez el niño fue viéndose menos, como si el resplandor que lo rodeaba se fuera apagando mientras más cerca del niño estaba. El niño comenzó a acercarse y así menos lograba verlo. Lo último que vio del niño fue un aspecto horroroso de él. La cara ya no era la misma de cuando había comenzado a caminar. Los ojos habían desaparecido de su rostro. La cara en general se veía quebradiza, como una jarra vieja. Había mucha sangre o al menos un rojo que lo parecía por todo el color que el niño había adquirido, lo que en realidad era ropa, era ropa ensangrentada. Un mal olor fue lo que a él le hizo caer al negro restante de la habitación.

 

Frederick despierta muy agitado. Ya no está en el camión, ahora está en un cementerio y es de día, muy cerca a un lago.

Se levanta y ve a su alrededor.

 

-¿Me escucha alguien? Creo que caminaré un momento para ver si hay alguien en algún lugar -Pensó-

 

Caminaba a lo largo del cementerio buscando alguna señal de vida cuando una mujer apareció por atrás y le tomó por la mano.

 

-¡Vamos! anímate -ella le dijo-

 

Frederick la soltó.

 

-¿Quién es usted?, ¿La conozco?

 

Él se asustó al ver tan espantoso aspecto de la mujer. Sus ojos no eran normales, tenían un círculo casi al centro de su ojo. Llevaba puesto algo que parecía piel de algún animal. Hilos muy delgados salían de su cabeza. Su piel era de color marrón. Era un aspecto muy distinto al de Frederick. Él era bien parecido. Sus ojos eran color morado sin el espantoso círculo en el centro que la mujer tenía, sus ojos no eran verdes como típicamente todos tienen. Su piel era como la de los antiguos guerreros de la tierra, negra, su piel era del color más hermoso en todo el mundo. Su cabeza no tenía por supuesto los hilos que la mujer tenía, sino unos bellos tentáculos largos y anchos como a las lindas señoritas les gusta.

 

Un disparo se escucha y Jorge despierta.

 

-¡Juan! ¡Juan!, ¿Dónde estás idiota? -Gritaba José mientras veía enfurecido a Jorge-

 

José abrió el baño y vio que su amigo estaba muerto. Algo había pasado mientras había estado en ese baño, se había suicidado. Sacó el cuerpo como pudo y lo puso cerca de Jorge.

 

-¿Y ahora qué hago? -Pensó José- no voy a ir a la cárcel por estas tonterías

 

José salió corriendo del cuarto dejando el cuerpo de Juan muy cerca de Jorge. Jorge estaba muy asustado, jamás había visto a un muerto. Pronto ideas terroríficas comenzaron a invadir su cabeza. Se imaginaba cosas como que de momento Juan se levantaba y le hacía algo. El agujero en su cabeza no dejaba de sacar sangre, pronto el charco de sangre llegó hasta los pies de Jorge, lo que hizo que los encogiera. El cuarto estaba muy oscuro, lo único que alumbraba el lugar era un poste de luz que se encontraba en la calle. El silencio en el cuarto lo estaba volviendo loco, le hacía pensar que sólo era cuestión de esperar para que algo malo le pasara. Entonces comenzó a gritar por ayuda. Pasó tiempo sin que nada extraordinario pasara hasta que escuchó un leve susurro desde el baño. Se escuchaba que alguien decía: no te preocupes, aquí estoy. Al escuchar eso se calló e instintivamente se quedó frío. El miedo lo paralizó, no podía moverse pero seguía escuchando el leve susurro que decía: no te preocupes, aquí estoy. En ese instante vio que algo lo alumbraba a su espalda. Él no quería voltear puesto que tenía mucho miedo, entonces se puso a llorar tapando sus ojos con sus manos.

 

La habitación comenzó a cambiar. El cuerpo de Juan desapareció, la sangre y todo ya no estaba. Ahora no estaba amarrado sino parado sobre algo que parecía pasto pero de color blanco. Un ser alado llegó de arriba y se puso muy cerca de él.

 

-Todo está bien, estás en el mismo lugar y a la vez en distinto lugar, has traspasado la imaginación, has cambiado tu mundo de realidad por este nuevo mundo de realidad.

 

Jorge sólo miraba sorprendido la cara de lo que parecía un ángel.

 

-Este es el reino del señor, el creador. Él hizo los cielos y la tierra. Hizo millones de mundos paralelos al nuestro. Tú vives en uno de esos miles de mundos que a la vez sólo son uno. Éste, hermano, es el paraíso, el punto cero, tu hogar.

 

-¿Pero qué hago aquí? -Preguntó Jorge- No soy nadie, no soy merecedor de nada.

 

-Es mejor ser nada que serlo todo. Si estás aquí es porque las distintas cosas que has pasado a lo largo de tu vida te han llevado a esto. La clave para entrar a este lugar no es que seas un héroe o el elegido por el señor. Es sólo cuestión de suerte para llegar a ser alguien nada especial, eso te trae aquí. Por eso algunos muertos vienen aquí, o al menos así es como les llaman en tu mundo, cosa errónea porque en realidad nunca vivieron. Cambian su forma de ver porque al momento de morir ya no son especiales, son simples vacios en su mundo paralelo que el señor les ha creado. Llegando aquí se convierten en algo. Siendo un muerto es fácil llegar aquí, pero conservando tu cuerpo en otro mundo paralelo es algo muy difícil. Los ángeles y por desgracia los demonios lo pueden hacer. Las personas a través de lo que llaman sueños pueden ver sus vidas en otros mundos. Algunos incluso mueren en un mundo mientras duermen, cuando despiertan viven con normalidad sin darse cuenta que están en otro mundo, su muerte ya la han dejado en su pasada realidad. Nosotros no estamos en el cielo ni en lo profundo de la tierra, somos lo que no ves pero que siempre estamos contigo, siempre compartiendo el mismo espacio, el mismo planeta.

 

En algunos mundos la gente muere a muy corta edad, en otros mundo la gente muere a una muy alargada edad. Las personas se acoplan cambiando de mundo en mundo sin darse cuenta. Su realidad no es realidad, sólo la transforman de acuerdo a lo que su suerte les ha hecho creer. Muchos además de ver un mundo muy semejante al suyo cuando duermen, pueden ocupar por breves momentos ese espacio, siendo invisibles ante algunos ojos de los que sí habitan ese lugar, algunos les llaman fantasmas. Ciertos humanos piensan que son seres que ya han muerto, lo cual en nuestro mundo se llama Jevu, es decir cuando dejas tu forma física en un mundo para continuar en otro. Muchos han llegado a verse a sí mismos o a seres que aun están vivos, con lo cual me refiero a que todavía conservan su forma física en ese lugar, pero lo verdadero es que no son ellos, sino una persona con físico igual en un mundo paralelo. Esa persona en ese momento está dormida, viajando sin rumbo por un mundo que le parece familiar.

 

En ese momento el ángel retrocede y desaparece, pero Jorge seguía escuchándolo

 

Los muchos mundo que están en este mismo planeta son incontables para tu simple cabeza de humano, a cada attosegundo se crea un nuevo mundo, acoplando millones de posibilidades que un ser vivo o incluso un ser inanimado puede hacer. El número de mundos paralelos es más grande que los billones de células que forman el planeta. La esperanza que tienen ustedes los humanos de viajar al pasado en realidad es imaginaria, simplemente imposible, aunque podrían pasar de un mundo a otro encontrando resultados similares. Para comunicarme contigo he tenido que usar tu lengua, tus palabras y tu tipo de pensamiento. Pero nosotros no usamos la boca para comunicarnos, sino una fuerza superior que no entenderías. Esos que han parecido sueños en realidad son tus vidas paralelas y tú más que sólo poder verlas, las puedes volver una experiencia más.

 

-¿Entonces soy un Ángel?

 

-No lo eres porque los ángeles no tenemos dudas

 

-¿Qué soy?

 

-Eso no importa. Hay muchas cosas de las cuales ustedes tienen esperanza. Les falta mucho por recorrer y entender que la vida y la muerte, la felicidad y el miedo no lo son todo.

 

Al instante el ángel dejó de hablar y dejó solo a Jorge. Notó que ese lugar era muy diferente. Es difícil de explicar pero lo que en el mundo de Jorge era vacío, allí tenía color, un color que jamás había visto. No podía ver más allá de un centímetro de lo que le mostraban sus ojos. Era como si lo hubieran metido en un hoyo y le hubieran echado encima una mezcla de cemento, con la diferencia de que en éste sí se podía mover. Conforme se movía iba chocando con seres extraños. Chocaba con ellos porque antes de chocar con ellos no podía verlos. Siguió caminando hasta que un gran hoyo en la tierra lo hizo caer.

 

Jorge no sabía que ese hoyo lo llevaría aleatoriamente hasta algún mundo.

 

Jorge despertó de lo que había parecido un sueño. Estaba en lo que parecía su casa, con la diferencia de que se sentía más bajo. No podía hablar, no podía pensar literalmente con palabras. Las cosas ahora las hacía automáticamente. Una leve idea le hacía creer lo que veía, pero en realidad no sabía lo que era, sólo caminaba a lo largo de la que parecía su casa. Su apariencia era la de una mascota cómoda en su hogar. Estaba desnudo y sin cabello. Le daban de comer en el suelo y a él no parecía importarle.

 

El ser que parecía su dueño era peludo. Su indumentaria no era como la de los humanos casuales, parecía un traje muy avanzado, con botones por todo el traje. A todos los seres de ese sitio una gran capa de pelo les cubría, eran como perros enormes e inteligentes. Su ciudad era distinta a la de los humanos, pues en lugar de hacer grandes edificios y de todo tipo de construcciones hacia lo alto del cielo, construían sus casas hacia abajo, en la tierra. Sobre sus casas tenían plantas de todo tipo, incluso muchas que los humanos jamás se habían imaginado. Las carreteras no existían, ellos entraban a un extraño tubo que parecía construido de vidrio, al instante el tubo los hacía girar y un segundo después ya no estaban. En el cielo no se veían sólo las nubes, sino unos grandes tubos de metal que llegaban más allá del horizonte. Estos emitían música sin parar. No había forma de que alguien escuchara algo diferente a la música que de esos grandes tubos salía. Todos parecían tener el mismo ánimo de acuerdo a la música que en ese momento se escuchaba. Ninguno hablaba, todos se comunicaban viéndose a los ojos, o al menos eso es lo que parecía. Había un grupo de seres selectos que elegían a un pequeño para prepararlo hasta su tiempo de adulto para que mandara en aquel mundo. Si el elegido no cumplía con lo esperado, se le sustituía por alguno más que ya habían preparado. Ellos tenían el poder de calificar lo que era bueno y lo que era malo. Era un lugar muy distinto y más avanzado que el que Jorge conocía.

 

Jorge pasó un buen rato sentado en una escalera viendo un extraño objeto que colgaba del techo, así se quedó hasta que llegó su dueño y le hizo una seña para que fuera hacia él, lo cargó, lo acarició y después lo metió a un hoyo muy iluminado. Estuvo ahí durante un largo rato hasta que él se recostó y cerró los ojos. No pasó ni un segundo cuando un frió terrorífico subió a lo largo de su cuerpo al escuchar una voz familiar: no te preocupes, aquí estoy. Abrió los ojos y estaba de nuevo en el cuarto con el cuerpo de Juan a su lado. Esta vez la mano de Juan estaba sobre la de Jorge, así que al instante quitó su mano de ahí y la puso en su cara. La sangre en la mano de Jorge había ya manchado su cara. Al ver que su mano se había manchado de sangre se asustó mucho así que comenzó a gritar.

 

José entró al cuarto.

 

-¡Cállate! ¡Cállate! -gritaba repetidamente José-

 

Jorge no podía contenerse y seguía gritando. José levanta el arma y le apunta a su cara diciéndole por última vez: cállate.

 

Jorge después de eso guardó silencio y en un leve susurro se volvió a escuchar: no te preocupes, aquí estoy. Esta vez Jorge no era el único que lo había escuchado, José también había escuchado aquello y al momento fue hacia el baño sigilosamente y preguntando: ¿Quién eres y qué haces aquí? Se fue acercando poco a poco con la pistola en mano sin voltear hacia donde estaban Jorge y el cuerpo de Juan. José siguió caminando hasta llegar a la entrada del baño y entonces una extraña fuerza lo jaló a hacia su interior. Los gritos de sufrimiento de José se escuchaban como si aquel hombre fuerte y cruel se hubiera convertido en un niño solo y con mucho miedo. Poco tiempo después los gritos de José dejaron de escucharse y todo quedó en silencio. Jorge no se dio cuenta pero el cuerpo de Juan ya no estaba a su lado. De pronto comenzó a escucharse el arrastre de unos pies dentro del cuarto, no se distinguía de dónde provenía el ruido. También se escuchaba la misma voz de siempre diciendo las mismas palabras, pero esta vez había añadido algo más: no te preocupes, aquí estoy... en frente de ti. Al escuchar esto Jorge cerró los ojos. Él se estremecía por el miedo, pero una fuerza extraña hacía que los abriera poco a poco mientras sus ojos dibujaban una silueta borrosa hasta que los abrió totalmente, era su madre y le dijo: Natalia, ya levántate.

 

Natalia se levantó de su cama y dijo: que sueño tan estúpido.

 

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Castellanos Aguilar Kevin Rogelio